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Vacaciones de invierno por la Estancia de Jesús María

Jesuitas, negros y aborígenes hicieron posible la vida en la Estancia de Jesús María. Tres culturas diferentes en un pedacito de tierra era el reflejo de lo que sucedió en el continente americano.

A 200 metros del anfiteatro donde se realiza el festival nacional de Doma y Folklore de Jesús María, se levanta la Estancia Jesuítica, símbolo de la obra evangelizadora, cultural y educativa que tuvo la Orden de la Compañía de Jesús en Córdoba.

La casa, la iglesia y la bodega, convertidas hoy en Museo Jesuítico Nacional revelan un pasado colonial ligado al antiguo Camino Real, principal vía de transporte entre el Virreinato del Río de la Plata y el Alto Perú. La construcción que rodea el patio central tiene galerías y corredores con bóveda de cañón corrido, muros anchos, tejas y vigas de madera que caracterizan la Estancia.

En la planta baja, se encuentra el corredor de los lagares, donde comenzaba la producción del vino. En el primer piso: la cocina, el fregadero, el corredor de los aposentos (habitaciones) e instalaciones sanitarias con un novedoso sistema de cloacas para la época. Del otro lado, la espadaña (campanario), el coro y la tribuna de la iglesia, que oficiaba de palco cuando un jesuita se encontraba enfermo.

En las salas se exhiben obras de arte sacro–colonial, piezas arqueológicas, colecciones de cerámicas, platos, numismática y medallística de diversos países. Además, hasta el 30 de septiembre, se expone una muestra artística que apela a la memoria, para rescatar la presencia del negro esclavo en la región.

Los jesuitas en la provincia
Llegaron a Córdoba a fines del siglo XVI y en 1767 fueron expulsados de América por orden del Rey de España Carlos III.

En 1610 fundaron el Colegio Máximo para estudios superiores (hoy Universidad Nacional de Córdoba). Funcionaba con el aporte y la limosna de los vecinos, pero los ingresos no eran suficientes; sumado al enfrentamiento que los sacerdotes mantenían con los encomenderos por el maltrato a los indígenas, se decidió trasladar los estudios superiores a Chile y en Córdoba quedaron sólo los menores, enseñanza de letras y gramática.

El obispo Trejo y Sanabria, que residía en Santiago de Chile, llegó a Córdoba en 1613 y firmó un acta por la que donaba todos sus bienes para que continúen los estudios superiores, así pudieron reiniciarse en 1614.

A partir de 1616, la Orden recibió importantes donaciones que le permitió adquirir terrenos en las afueras de la ciudad para llevar adelante la misión de la Compañía. Lo que se producía en las estancias estaba destinado al sostenimiento del Colegio Máximo, el excedente se comercializaba.

La obra de los jesuitas ha trascendido en el tiempo, en el año 2000 las cinco Estancias: Alta Gracia, Caroya, La Candelaria, Santa Catalina y la de Jesús María (1618), junto a la Manzana Jesuítica de la ciudad de Córdoba fueron declaradas por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. La sexta estancia de San Ignacio, ubicada en Calamuchita, quedó fuera del reconocimiento por quedar sólo en ruinas.

La vida en la Estancia de Jesús María
El sol, el lago y la arboleda que abraza la hacienda, invitan a transitar el misterio que sus paredes guardan. Camila Acuña, la guía, irá narrando con sentidas palabras cómo era la vida en la Estancia en el siglo XVII. Escucharla será mucho más que recorrer la historia de los jesuitas en América, será reflexionar acerca del encuentro entre culturas diferentes.

Camila comienza la visita guiada contando: “En la casa vivían tres sacerdotes con sirvientes de confianza; las mujeres no podían ingresar. De la cocina y el fregadero se encargaban los esclavizados. Los negros vivían en las rancherías, cerca del río, en casas de adobe con techo de paja. Entre hombres, niños, mujeres y ancianos llegaban a ser casi 300. El aborigen estaba como conchabado, es decir, recibía un pago por el trabajo que hacía. Se dice que eran sanavirones los que habitaban la zona y vivían en casas pozo con aleros”.

La arquitectura, la organización y el emprendimiento productivo era el resultado del ambicioso proyecto de los jesuitas en Córdoba. Ejemplo de ello son: los corrales, las huertas donde se cosechaban cereales, garbanzos, lentejas, habas, arvejas, azafrán, cebollas, ajos y frutas secas. También, frutales: duraznos, manzanas y peras. En los molinos se producía harina de trigo y de maíz. Y en los viñedos comenzaba la actividad vitivinícola (reconocida hasta hoy, por su excelente calidad).

Los negros esclavos
Centenares de puertos en todo el mundo despedían y recibían negros. El comercio y la trata era moneda corriente por entonces. Córdoba era una zona de organización, los negros llegaban en barcos desde Brasil y de aquí se los distribuía a Chile, Asunción y al Alto Perú.

Todo esclavo comercializado legalmente era marcado con un hierro candente llamado carimba. El carimbado era el signo de propiedad, comercialización o introducción legal del negro recién arribado al puerto. Era la forma final de quitarles identidad junto al cambio de nombre y apellido.

Tenían diferentes precios, según la condición física de la persona. Los niños generalmente eran comprados como inversión a largo plazo, un niño sano y fuerte valía más que otro que tuviese alguna enfermedad. “Para tener una idea de valores – dice la guía – se puede tomar como referencia que 80 pesos equivalían a 40 caballos aproximadamente. A modo de ejemplo, una mujer de 24 años podía valer 200 pesos”.

“El treinta por ciento de los esclavos que había en Córdoba, estaba bajo la protección del jesuita. La Compañía de Jesús los compraba en el puerto de Buenos Aires y a partir de entonces, siendo propiedad de la Orden, los enviaban a donde era necesario para el trabajo; se les asignaba una esposa con el fin de la reproducción y se los hacía cumplir con los preceptos religiosos, como el matrimonio”, destaca Camila.

Los negros esclavizados llevaban a cabo en la Estancia tareas agrícolas, ganaderas y artesanales. Eran mano de obra en la construcción de la casa y de la iglesia. También hacían trabajos de herrería y vitivinicultura. Las jornadas de trabajo duraban desde el alba hasta la puesta del sol. Los trabajadores estaban bajo el control de un capataz o mayordomo que era quien castigaba a los rebeldes. Los castigos físicos se producían fuera de la casa.

En la vieja Iglesia, donde obligatoriamente aborígenes y negros debían asistir a misa todos los días, antes de comenzar la jornada laboral, hoy se aprecia, como en todo el museo la intervención edilicia de “Vientos, Olvidos y Despojos”, una muestra artística de Hilda Zagaglia, que da testimonio de la presencia esclava, de su legado y del encuentro de culturas que hicieron posible la vida en la Estancia de Jesús María. http://infosierraschicas.com.ar/2016/06/se-presenta-la-muestra-artistica-vientos-olvidos-y-despojos/

Nota: Laura Campos