Esta revista que circula en seis ciudades y que tiene 26 años de existencia, ha visto a lo largo de todo ese tiempo cómo se instauró y floreció la democracia, pero al mismo tiempo, corroboró los usos y abusos que hicieron los gobernantes por mantener el poder.

No por nada la Legislatura puso límites a las reelecciones indefinidas tras aprobar la Reforma Política en diciembre de 2016 que, entre otras cosas, habilita sólo dos mandatos repetidos en aquellos municipios carentes de Carta Orgánica (otra gran deuda de varios Ejecutivos locales).

Salvo honrosas excepciones, son muy pocos los intendentes que desarrollan un ritmo constante o permanente de acciones generadas desde la estructura estatal. Podríamos hacer un ejercicio de memoria para sostener tal afirmación, observando el comportamiento de alguna gestión municipal en particular desde su arranque hasta el final para advertir en qué momento se evidencian promesas de campaña, se cumplen las demandas ciudadanas, o se hacen algunas tareas de las consideradas “comunes” como bacheo, arreglo de calles, cordón cuneta, iluminación, asfalto.

Es cierto –y muy válido– que varios jefes comunales consiguieron ser reelectos por mérito y por capacidad de gestión. Existirán sobradas razones por las cuales la gente volvió a creer en ellos, pero también es cierto que las prácticas preelectorales, viciadas de clientelismo, mercantilismo y falsedades de toda índole, han ido socavando el espíritu de los votantes, que a medida que pasa el tiempo, sienten deshonrada su inteligencia.

Por estos días, los y las sierrachiquenses vemos con vertiginoso impulso máquinas operando a destajo, empleados municipales trabajando horas extras, personal de seguridad ciudadana en todas las esquinas, calles de tierra –que durante tres años y medio están en pésimo estado– convertidas en maravillosas pistas, centros de salud generosos. Y no es magia, sino la proximidad de una elección municipal.

Uno no deja de preguntarse cuál es el sentido de caer en la especulación y por qué aparece el Estado, con toda su capacidad y fuerza de acción a la carga, semanas antes de una elección en vez de hacerlo ininterrumpidamente todo el tiempo. Algunos dirán que es una estrategia perspicaz y lúcida, otros se inclinarán por creer, definitivamente, que es un manoseo al electorado para volver a seducirlo. Y no es un atributo de una gestión en particular, léase de alguien perpetuado en la intendencia desde hace mucho tiempo o desde hace apenas cuatro años, sino de una forma que a ésta altura de la vida democrática ofende hasta al más ignorante.

Advertir que ese recetario se reproduce nuevamente, que la ausencia de creatividad se vuelve un dato preocupante, hace pensar en síntomas de debilidad política. En ciertos casos resulta increíble y asombroso. En otros parece obsceno y oportunista. Pero a medida que pasa el tiempo y la sociedad madura políticamente, no van quedando dudas de que esas viejas prácticas y fórmulas retrógradas (otrora “entrega” de colchones, otrora “reparto” de bolsones, otrora “bajada” de chapas), remiten a recuerdos del pasado que, insistimos, van siendo desechados o descartados por la nueva generación de votantes.

Durante el presente 2019 iremos tres veces a las urnas: para elegir autoridades municipales, provinciales y nacionales. Sería más que loable tomar tales oportunidades como una posibilidad de traer al presente todo lo aprendido desde que volvió la democracia en 1983.